La operación, bautizada Trident Juncture, tiene un objetivo claro: demostrar la capacidad de la alianza para defender a Noruega de un agresor extranjero.
No hace falta nombrar al potencial agresor. Obviamente no es Suecia ni Finlandia (que contribuyeron soldados para el ejercicio). Durante la Guerra Fría, hubo ocasiones en que Finlandia estuvo bajo presión soviética, cada vez que el Kremlin intentó aumentar su espacio de maniobra; pero siempre se mantuvo firme en su compromiso de defender su identidad nórdica y occidental.
En cuanto a Suecia, se abstuvo siempre de unirse a la OTAN, debido a una larga tradición de neutralidad geopolítica y por solidaridad con los fineses. Y aunque Dinamarca y Noruega sí se unieron a la alianza, optaron por no albergar en su territorio fuerzas extranjeras en tiempos de paz.
Pero en los últimos años, el panorama de seguridad del norte de Europa cambió. En respuesta a las agresiones y el revisionismo de Rusia, la OTAN desplegó grupos de combate en Estonia, Letonia y Lituania, además de escuadrones aéreos para la vigilancia de los cielos de esos países. Y tanto en Suecia como en Finlandia, el gasto en defensa está en aumento, y se debate la conveniencia de pasar de ser socios privilegiados de la OTAN a miembros plenos.
Por su parte, Suecia ya es consciente de que su territorio quedaría claramente dentro del teatro de operaciones de la OTAN si surgiera un conflicto en el norte de Europa, y esto pesa cada vez más en su política de seguridad y sus preparativos de defensa. El aparato de política exterior sueco comprende que cualquier amenaza a la soberanía de los países bálticos o Noruega también sería una amenaza a la seguridad de Suecia. Por eso, además de participar en la operación Trident Juncture, Suecia está desarrollando una alianza de seguridad con Polonia para la defensa de la región del Báltico.
La profundización de la alianza de Suecia con la OTAN está muy lejos de su doctrina de no alineación durante la Guerra Fría. En aquel tiempo, los guardianes de la neutralidad hubieran abucheado cualquier indicio de colaboración con la OTAN y con Occidente como un acto de traición. La estrategia era convencer al Kremlin de que algo así era imposible.
Pero por supuesto, era una farsa. La Unión Soviética tenía suficientes recursos de alto nivel reclutados en el gobierno sueco como para conocer sus vínculos secretos con Occidente. Sin importar lo que se hiciera creer al pueblo sueco respecto de la neutralidad de su país, los soviéticos sabían que era mentira. Ahora el engaño terminó, y se avecina una integración militar a gran escala con la OTAN.
Sin embargo, la plena pertenencia a la OTAN sigue siendo un tema controvertido en Suecia. En los viejos tiempos, la política exterior sueca se debatía entre dos posturas muy diferentes. Por un lado, Suecia proyectaba una imagen de activismo internacional más típica de una organización no gubernamental que de un estado‑nación; por el otro, mantenía una política hiperrealista de “seguridad profunda” (aunque sólo se hablaba de ella en voz baja y a puertas cerradas). Hasta el día de hoy, ese mismo choque de culturas obstaculiza un debate racional en materia de política de seguridad.
En cuanto a Finlandia, siempre tuvo mucho de la segunda postura, pero casi nada de la primera. Y la falta de grandes desacuerdos internos le hizo más fácil adaptarse a nuevas realidades geopolíticas. Por ejemplo, Finlandia ha declarado explícitamente que considera la pertenencia a la OTAN como una opción importante para su política de seguridad, algo que para la centroizquierda sueca todavía resulta inaceptable.
Sin embargo, con la operación Trident Juncture, los suecos verán a una brigada comandada por connacionales (integrada por unidades suecas y finlandesas) unirse a las fuerzas de la OTAN en un ejercicio de defensa a gran escala. Serán testigos del grado de integración alcanzado por las fuerzas aéreas sueca, finlandesa y noruega. Y observarán a Finlandia dirigir ejercicios navales en el Báltico.
Suecia seguirá acercándose a la OTAN en los años venideros. Los ejercicios conjuntos llevarán a una alineación operativa más profunda y al establecimiento de capacidades de disuasión comunes para todo el norte de Europa y la región del Báltico.
La movilización actual, por cierto, no se debe a ninguna amenaza grave de Rusia. Pero en la práctica, la decidida campaña de modernización militar encarada por el Kremlin exige a Occidente incrementar su propia capacidad de defensa en la región. Debemos enviar un mensaje claro, de que ningún acto de agresión oportunista quedará sin respuesta, ahora o en el futuro. La preparación de una defensa adecuada nos permitirá garantizar la paz y la estabilidad en la región, que es precondición para avanzar hacia una relación más constructiva con Rusia en el largo plazo.
FUENTE: Project Syndicate
(*) Primer ministro sueco entre 1991 y 1994; ministro de relaciones exteriores entre 2006 y 2014