Sábado, 09 Noviembre 2019 09:34

Esperanza

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Esperanza AFP

Acaba de salir Lula de la cárcel y mientras camina los primeros pasos me pregunto si tendremos espacio para la esperanza.

Sabrán perdonar mis docentes que intentaron formarme en el arte del análisis político, entre revisiones de estructuras y super estructuras, entre sistemas y dimensiones, entre contratos, hegemonías y significantes vacíos. ¿Será momento para que en los arrabales del capitalismo tardío abracemos la esperanza? Sabrán perdonar los lectores, acostumbrados al dato duro y al intento de análisis sistémico si hoy nos preguntamos por la esperanza.

Y no resulta un permiso casual ni inocente. Se trata de poder preguntarnos por las causas verdaderas de la alegría, de la empatía. Sabemos con estricta certeza, no somos tontos, de las enormes dificultades que nos esperan, pero también sabemos de dónde venimos. Sabemos del lafware, de que no es un fenómeno de un día ni dos. De que la mentira y la manipulación fueron parte central de este tiempo. De que el odio y el menosprecio se hicieron bandera. Si algo caracterizó a esta época fue la capacidad de la derecha de correr el “eje” del sentido común. Es como si ese odio acumulado les hubiera habilitado para que hoy, con total impunidad, escuchemos barbaridades discursivas que, en otro tiempo, momento y coyuntura, habrían ruborizado a propios y extraños. Existía un consenso de que algunas cosas no podían decirse por respeto o incluso, si se quiere, por el temor al qué dirán. Segunda pregunta al aire. ¿O acaso no nos hubiera resultado impensado en otras campañas electorales, que un candidato a vicepresidente dijera (y justificara) que era necesario quemar villas? 

Sabemos y somos plenamente conscientes, que la mentira se hizo dueña del discurso político mediático. Que ya no importó si nos mentían en la cara ante lo evidente y lo inexorable. ¿O qué representa sino afirmar, alegre y despreocupado, que en el país del desempleo duplicado se habían creado un millón de nuevos puestos de trabajo? Sabemos, y no nos comemos la curva, que resulta falso de falsedad absoluta que, como afirma un importante funcionario formado en una familia rica, el país esté listo y preparado para crecer, cuando se avecina un 2020 con una caída del PBI del 1,7%.

Sabemos, y no nos dejamos engañar, que la pléyade de empresarios que ayer aplaudían el ajuste, la eliminación de derechos de trabajadores y la meritocracia, hoy hace cola para pedir un Estado activo que, por ejemplo, aporte en la construcción de 40.000 viviendas o que baje tasas para poder producir. En pocos lugares del mundo como en la Argentina, los dueños del capital que produce, gusta de pegarse tiros en el pie. En largo plazo (y no tanto) terminan ganando menos y desvalorizando los activos de sus empresas, y luego salen corriendo a los brazos de modelos económicos que hasta no mucho consideraban anti naturales.

Sabemos, y cómo no, que las justificaciones académicas y hasta políticas de las limitaciones de hoy (cepo mediante) son las atrocidades del peronismo que dejaban en estado shock y horrorizados a los gurúes de la economía (chantas con trajes finos y no tan finos) en el pasado reciente. Personajes que podrían escribir, sin dudarlo, el horóscopo de cualquier pasquín que se precie y que nunca aciertan ninguno de sus pronósticos: cuando gobierna la heterodoxia, yerran sistemáticamente en las crisis que llegarán. Cuando gobiernan ellos y sus amigos yerran también, pero en la bonanza que nunca se hace masiva.

Sabemos, y tal vez pocas cosas sean tan ciertas, de la genuflexión de unos cuantos que se decían propios y para evitar algún carpetazo o por míseras treinta monedas de plata, traicionaron aquello que decían defender y hoy vuelven buscando el calorcito que da el sol del poder. Que de alguna manera para estos tristes personajes es lo mismo ser derecho que traidor como dice el genial Discepolín y la construcción que intentan cada día reverbera en el olvido, en el perdón y en las urgencias de muchos.  

Todo eso lo sabemos. Hemos convivido con ello en los últimos años, no sólo en los últimos cuatro. El proceso es más largo y no refiere exclusivamente a la Argentina. Pero deseo que me regalen la esperanza. Dejen que crea en esos millares de pibes que en la noche del 27 de octubre festejaban en el Monumento a la Bandera en Rosario; en que si pudimos estar de pie en este tiempo, sin doblegarnos y sin quebrarnos, tal vez encontremos algunas soluciones que reclama la hora. Abandonen cualquier intento de vernos decaídos por aquel hermano que no la pasa bien y que, seguramente, en el corto plazo poco podamos hacer por él. No esperen que olvidemos y que transemos aquellos valores que nos sostuvieron hasta hoy.

Allí está Lula, injustamente detenido y vilipendiado. Allí está un hombre que emociona, que nunca se entregó, aunque estuviera encerrado entre cuatro paredes. El personaje político que en cada entrevista que brindaba, contagiaba a sus interlocutores y a sus oyentes. Quiero que me dejen esa esperanza, la de sobreponernos a todo y a todos. La de intentar ser felices, en una comunidad organizada y con los otros, no sólo y encerrado en la comodidad de un buen pasar.

Quiero que me dejen la esperanza. El análisis, hoy te lo debo.

(*) Analista político de Fundamentar

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