Miércoles, 08 Junio 2022 17:21

No es un debate sobre el instrumento de votación

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La presunta ventaja de un sistema de boleta única tiene una raíz ideológica: la creencia de que la organización territorial partidaria esconde alguna trampa ilegítima. Para modificar el sistema electoral actual hay que demostrar en qué falla con evidencia concreta: hasta ahora, no se ha hecho.

Es una feria de razones aparentes, no es un debate. Ante las dudas sobre la ventaja de los sistemas de boleta única, los defensores de esa alternativa no responden con aclaraciones, vuelven a prender el cassette: “Cambie tranquilo el instrumento de votación que anduvo bien los últimos cuarenta años, señor, yo sé lo que le digo, no se va a arrepentir.”

Una sola buena razón sería suficiente para promover un cambio beneficioso. El maletín de los promotores de la boleta única viene con muchas: la boleta única haría más equitativas las condiciones de competencia, presentaría información más clara a los votantes, impediría el clientelismo, reduciría el gasto público en las elecciones y, revelando que hace falta toda la fuerza de las almas bellas cuando no se pueden mostrar los motivos verdaderos, ¡reduciría el impacto ambiental de las elecciones!

La sobreabundancia de argumentos sugiere que no hay que tenerle mucha fe a ninguno. El miedo no es zonzo. La sospecha sobre la galera de la que salen los conejos de la Boleta Única tampoco.

Es razonable pensar que un sistema como el de la boleta única, en el que el Estado asegura que toda la oferta electoral esté presente en todas las mesas, es menos exigente para los partidos chicos que el actual sistema, en el que hay que reponer las boletas cuando se agota la pila inicial que viene con los materiales con los que se abre cada mesa. Por supuesto, los partidos a los que les resultaría más difícil reponer boletas, los más chicos, son también los que tendrán menos necesidad de reponerlas. Pero puede ocurrir. ¿Ocurre seguido?

En un estudio del que participé en 2013, el 97% de las personas entrevistadas dijo haber encontrado en el cuarto oscuro la boleta por la que pensaba votar. Esta cifra no sorprende: si la dificultad para encontrar la boleta deseada fuera frecuente, escucharíamos reclamos de las y los votantes en todas las elecciones. No los escuchamos.

En cambio, escuchamos quejas de las candidatas y candidatos que tienen peores resultados que los que esperaban o que pierden una elección por pocos votos. Rara vez son miembros de partidos chicos. Estas quejas dan aire a uno de los espectros que aparece cada vez que se propone un sistema de boleta única en nuestro país: el robo de boletas.

Según estos relatos, hay organizaciones que se dedican a llevarse pilas enteras de boletas de los cuartos oscuros. En alguna de las versiones más creativas de esta leyenda, las boletas aparecen en tachos de basura cerca de los lugares de votación. Estos ladrones de boletas son inconsistentes, débiles y desatentos: no les pesa sacarlas del cuarto oscuro, pero les pesa trasladarlas a un lugar donde puedan descartarlas sin despertar sospechas y terminan dejándolas en lugares accesibles a los denunciadores de robos. Tampoco queda muy claro por qué alguien querría robarle boletas a partidos que no tienen suficientes fiscales para reponerlas.

Previsiblemente, el objetivo de quienes repiten estos cuentos no es cuidar la integridad de las elecciones, sino despertar sospechas sobre los resultados que no los favorecen. A los técnicos y los jugadores que se quejan de los árbitros cuando pierden partidos tampoco se los ve más preocupados por la integridad del deporte que por su situación personal. Las reformas de las reglas de los deportes no suelen tomar en cuenta las polémicas arbitrales. Los relatos de las presuntas víctimas del robo de boletas, en cambio, son una de las preocupaciones centrales de los promotores de la boleta única.

En el debate sobre los proyectos de boleta única de las Comisiones de Asuntos Constitucionales y de Presupuesto y Hacienda, en la Cámara de Diputados, varios legisladores y algunos expositores ofrecieron como prueba de la frecuencia del robo de boletas la dificultad de probarlo. Vale la pena repetirlo. El razonamiento sería: “Dado que algo no se puede demostrar, tenemos que concluir que existe”. Afortunadamente, a pesar de lo que la afirmación falaz de su existencia sugiere, el robo de boletas se podría detectar. La proporción de votos por los partidos cuyas boletas son robadas debería caer muy precipitadamente en las escuelas o los circuitos donde ocurren esos supuestos robos. Ningún estudio sistemático sobre los resultados de los comicios por mesa electoral encontró nada parecido. Hasta que se demuestre lo contrario, lo más razonable es concluir que no es un problema relevante.

Pero quizás ese 3% de personas que dice no haber encontrado la boleta que buscaba es inaceptablemente alto. Suponiendo que no reclamaron “faltan boletas”, o que reclamaron y no les hicieron caso, 3% puede ser demasiado. El sistema de votación tiene que permitir que absolutamente todas y todos votemos lo que habíamos pensado. ¿Un sistema de boleta única ofrece garantías más confiables para todos los partidos, todas y todos los votantes?

Imprimir todas las listas de candidatos en una sola boleta asegura que estén disponibles siempre y en todas las mesas. Pero eso no implica que todas las listas tengan la misma chance de ser encontradas ni que todas y todos los votantes tengan la misma chance de encontrar lo que buscan. Nuestra atención es limitada. Miramos y leemos tratando de reducir el esfuerzo de percepción porque nos cansamos rápido. Este es un fenómeno documentado en varios estudios de psicología experimental y muy difundido en los estudios electorales. El lector se va a encontrar con millones de resultados si busca “voter fatigue” en Google. “Fatiga del votante” arroja más de 500 mil. Este trabajo de 2016 cita los fundamentos psicológicos de este fenómeno, compila los estudios electorales que encuentran resultados consistentes con él y exhibe nuevos resultados. La conclusión es fuerte: las boletas con mucha información nos cansan, la atención se dispersa a medida que se avanza en la lectura y las opciones que aparecen primero en las listas de candidatos (más arriba y más a la izquierda) tienden a recibir más votos. Sin estudios aún sobre ese impacto, el ejemplo de la primera vuelta en Colombia puede darnos alguna pista.

La plena disponibilidad de la oferta es el argumento más fuerte en favor de la boleta única. Justifica, por ejemplo, las varias acordadas en las que la Cámara Nacional Electoral recomendó su adopción. Pero esta disponibilidad no asegura condiciones más equitativas de competencia. Es necesario tomar en cuenta los efectos de la reunión y el ordenamiento de todas las opciones en una sola pieza de papel. La asignación por sorteo del orden de los lugares en las boletas no elimina esta ventaja sino que la asigna en cada votación de un modo ecuánime. No es lo mismo que tirar una moneda para determinar quién saca en un partido de fútbol. El orden en la lista es más parecido a asegurar que todos los corners de un partido los va a patear un solo equipo. La única forma de eliminar esta ventaja sería imprimir boletas distintas con el orden de las listas asignado aleatoriamente cada vez. Esta opción es engorrosa y muy cara pero factible. Pero aún en este caso, no es evidente que haya alguna ventaja de equidad en la competencia respecto del sistema que se usa actualmente. Se puede aclarar este punto comparando de modo experimental los efectos del actual sistema de votación con distintas variantes de sistema de boleta única. Si el objetivo de los promotores de esta alternativa fuera mejorar el sistema de votación, propondrían hacer estos estudios o citarían otros que permitan echar luz sobre este problema. En cambio, repiten sus creencias con una convicción que sus razones no merecen y con una certeza sobre las aparentes ventajas del sistema alternativo que, con la información disponible, nadie puede tener.

Es cierto, cuando entramos a los cuartos oscuros, especialmente si votamos en una provincia con muchos habitantes y cuando coinciden las elecciones presidenciales con las de cargos locales, encontramos un mar de boletas. Tardamos en encontrar la que nos gusta, nos cuesta orientarnos si entramos sin saber bien a quién votar y podemos confundirnos si nuestra candidata a presidenta o nuestro candidato a gobernador llevan pegadas distintas listas de legisladores. Ninguna de estas decisiones va a ser más clara ni más simple si en lugar de mirar boletas con fotos sobre una fila de pupitres vemos listas con tipografía chica sobre un solo rectángulo de papel. La claridad de la información electoral depende de las reglas para la conformación de partidos y alianzas. En un país con 706 partidos vigentes, 46 agrupaciones que podrían presentar candidatos para la Presidencia de la Nación, regulación electoral que facilita y estrategias partidarias que multiplican acoples y colectoras, entender cuáles opciones están disponibles y elegir las que nos parece mejor va a ser difícil con cualquier sistema de votación. Desde el punto de vista de los derechos a elegir y ser elegido este es el principal problema. Los promotores de la boleta única lo omiten o sostienen, sin ninguna razón atendible, que su propuesta lo puede resolver.

La boleta única no equilibra la cancha ni aclara la información electoral. ¿Pero imprimir una sola boleta para cada votante no debería ser mucho más barato que imprimir varias boletas por cada votante para cada partido? Si las boletas partidarias y las boletas únicas tuvieran la misma superficie, más bien que sí, ¿cierto? Pero no tienen la misma superficie. Y a veces tampoco pueden ir impresas sobre el mismo tipo de papel. Seguramente por eso, como demuestra la presentación muy informada que la ex Directora Nacional Electoral, Diana Quiodo hizo en la reunión conjunta de las Comisiones que cité, el costo por votante de la impresión de boletas en las elecciones provinciales de Córdoba, donde se vota con boleta única, o de Santa Fe, donde también se usan boletas únicas, es bastante más alto que el que pagó el Estado Nacional por las boletas partidarias en 2021. El diputado de Pro, Pablo Tonelli, presente en la reunión y quizás convencido de la veracidad de los datos que presentó Quiodo, indicó, como se puede observar en el video, que no se propone el sistema de boleta única porque sea más barato. Efectivamente, no lo es.

¿Será entonces que la boleta única nos ofrece más autonomía en nuestra condición de votantes, nos libera de algún lazo que nos impide votar como queremos? Es cierto, la impresión de toda la oferta electoral en un solo papel, el sistema que en el mundo se conoce como boleta australiana, fue adoptado por primera vez en ese país en 1857, para proteger la autonomía de los votantes. Fue el cambio administrativo que acompañó la institución del voto secreto. El marcar una opción sobre un papel, en privado, evitaba, en este y en otros casos, que los votantes sufrieran represalias por su elección. El sistema fue rápidamente copiado en otros países de tradición anglosajona, que eligen pocos candidatos en cada distrito, y luego extendido a otros donde la oferta electoral es más numerosa. Pero en nuestro país, o en países vecinos con una tradición partidaria parecida como Uruguay, la protección del secreto del voto, de la autonomía y de la integridad física de los votantes no descansó tanto en el instrumento de votación como en la vigilancia de los fiscales partidarios. El fraude y la intimidación desaparecieron en Argentina mucho después de la adopción de la ley Sáenz Peña. Esa desaparición coincide con el despliegue masivo de organizaciones territoriales de un nuevo partido popular, el peronismo, que, apoyándose en las organizaciones sindicales y en organizaciones partidarias previamente existentes como las del Partido Conservador, compitió intensamente desde 1946 con las organizaciones territoriales igualmente extensas de la Unión Cívica Radical. Los intereses competitivos contradictorios de dos organizaciones populares muy grandes y muy antiguas protegen la limpieza de las elecciones en Argentina y resguardan nuestra autonomía como votantes. Sin este respaldo partidario la intimidación electoral sería más factible, independientemente del instrumento de emisión de votos que se utilice. Argentina y Uruguay no votan con boletas partidarias porque se resistan a una presunta ola de modernización electoral que llegó antes a otros países en el mundo. No hay nada especialmente moderno ni superior en los sistemas de boleta única. Los progresos políticos que la adopción de este sistema produjo en algunos países se consiguieron en el nuestro por otros medios.

La difusión de sospechas tan intencionadas como infundadas sobre la limpieza de las elecciones en Argentina, la presunta ventaja de sistemas como el voto electrónico o la boleta única, tienen la misma raíz ideológica: la creencia de que la organización territorial partidaria esconde alguna trampa ilegítima, el estigma del contacto directo entre partidos y votantes. Esos partidos populares, los grandes y los chicos, son organizaciones que construyeron nuestras abuelas, abuelos, madres y padres, y que sostenemos nosotros. Sabemos que son defectuosos pero que, cuando están fuertes, son el canal institucional a través del cual podemos influir más eficazmente sobre las decisiones de gobierno. Alimentan sospechas sobre la legitimidad y las prácticas de los partidos quienes compiten por influir sobre las decisiones con otras herramientas y para satisfacer otros intereses. El esfuerzo por reemplazar las boletas partidarias por la boleta única pretende modernizar el sistema de votación pero apunta a otra cosa.

 

(*)Profesor Asociado del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés e investigador independiente del Conicet.

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