Domingo, 19 Marzo 2023 12:33

Destino circular

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Destino circular Craiyon

"Es un destino circular,
que gira en el mismo lugar.
No tengo ganas de seguir,
quiero salir en libertad".
Virus.

La última semana de este caliente verano 2022 – 2023 que comienza a despedirse, no contó con novedades trascedentes en materia política: una interna que en los días que corren no mostró nuevas diferencias públicas, el dato de la inflación de febrero que volvió a representar un nuevo golpe para el oficialismo y el bochorno de una zona de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del conurbano bonaerense alcanzada por una ola de calor con larguísimos cortes de energía con el consiguiente malestar social; representaron lo más novedoso de los últimos siete días. En el medio, la salud del presidente volvió a ser noticia, al igual que la impunidad de la que gozó hasta su último halo de vida un tal Carlos Blaquier. Al sistema político argentino parece faltarle novedades, girando siempre en el sentido de ciertas lógicas. Repasemos.

Superado el frente de tormenta que suponía el vencimiento de 7 billones de pesos que el Ministerio de Economía supo despejar en la semana anterior, la expectativa inicial radicaba en el número de inflación que informaría el Indec para el mes de febrero de este año. De acuerdo a las mediciones privadas previas (y a los bolsillos de cada uno de nosotros), la ilusión no corría por los despachos oficiales: 6,6% dijo el Indec y el dato, otra vez, no dejó de llamar la atención.

Como siempre decimos, en la Argentina el número de inflación mensual y anual es, además de económico, un dato político: por lo que deja como reflejo de la gestión y por los límites que impone de cara al futuro. Podrá informarse que el aumento de un 35% de la carne ha sido un factor determinante en los casi 10 puntos que mostró el ítem de alimentos, rubro básico para los que menos tienen, pero el resto de las variables no le han ido en zaga.

Ese 6,6 refleja dos hechos correlacionados e indiscutidos: a la vez que muestra las dificultades del gobierno para poner en caja a los grandes grupos económicos que se sientan a la mesa para firmar acuerdos de precios que en la práctica no se cumplen, condiciona a los patrocinadores de Sergio Massa como candidato de consenso de un peronismo que parece encontrarse en el medio de una encerrona de la que no sabe muy bien cómo salir.

Justo es reconocer que el tigrense nunca dijo públicamente que tuviera otras intenciones que fueran más allá de la gestión de la economía (algunos dicen que incluso en privado ha desechado la posibilidad de candidatearse), pero no es menor la “factura” que le pasan sus adversarios por haber afirmado que para el mes de abril o mayo de 2023, el número de inflación estaría planteado con un 3 adelante.

Tal vez es por ello que varios de los impulsores (sotto voce) de un Massa candidato, optaron por el silencio en la semana que termina. O tal vez la hernia de disco del presidente sirvió como una especie de tregua luego de un fin de semana donde el viernes y sábado anterior, el cristinismo se había mostrado definitivamente crítico por el rumbo del país, al mejor estilo de una fuerza opositora.

Primero había sido Cristina Fernández de Kirchner, quien en la clase magistral que supone la entrega del título honoris causa de la Universidad Nacional de Río Negro, hizo una serie de afirmaciones que invita al debate de algunas cuestiones estructurales sobre las que el conjunto de la dirigencia política, social, gremial y empresarial de éste, nuestro país, no parece tener mayor interés. En el inicio no formal del año electoral, la temática de discusión que propone la vicepresidenta parece ir en un sentido que nadie quiere abordar del todo. Eso es un activo para ella.

Pero por otro lado corre el riesgo de quedar cuestionada por insistir de una manera en la que no pareciera pertenecer al gobierno que ayudó a conformar. No está claro si, más allá de la minoría intensa que ve a una Cristina perfecta, el colectivo de argentinos que supo reconocer en ella a una dirigente que merecía ser reelecta hace ya casi doce años, no la ubica en el lugar de una comentarista más de la realidad, grave circunstancia para cualquier dirigente con capacidad y atributos de decisión política.

El segundo arrebato del fin de semana anterior había llegado de la mano de Máximo Kirchner, quien en el plenario del 11 de marzo que recordaba los 50 años del triunfo de Héctor José Cámpora, en el discurso de cierre había tenido nuevas palabras críticas hacia el presidente de la nación y, esto sí es una novedad, hacia el propio gobernador de la provincia de Buenos Aires, artífice de una gestión que se prepara, parece, para ser reelecta.

Este analista no tiene la bola de cristal ni mucho menos, aunque si tuviera que hacer una apuesta (el presupuesto no da más que para un café, a lo sumo en jarrita), imagina una Cristina no candidata a la presidencia, pero sí tratando de acentuar su visibilidad política a los fines de ser la ordenadora principal del peronismo en el tiempo que viene.

El operativo clamor actúa como una herramienta puesta al servicio de seguir siendo la actriz principal y no una de reparto. Lo hemos comentado en artículos anteriores de esta misma columna: no son pocos los dirigentes que necesitan del protagonismo de la vicepresidenta porque sin ella no tienen demasiado futuro político. Pero además, los condicionantes que la llevaron a elegir a Alberto Fernández como cabeza de fórmula, siguen tan vigentes como hace casi cuatro años atrás. Allí radica uno de los factores que fundamentan la idea de la circularidad de la que habla el epígrafe.

Un segundo factor deviene de qué hacer con la gestión del gobierno. Y que, de la mano de esta ola de calor de más de tres semanas, podría agregar un nuevo capítulo de  tensiones oficialistas: qué hacer con la empresa Edesur.

Recordemos que la empresa en cuestión es el resultado de las privatizaciones que supimos conseguir en los 90’ y que algunos, insólitamente hasta el día de hoy, reivindican. El menemato les brindó una concesión por nada más y nada menos que noventa y cinco años, de los que recién van treinta. En la semana que pasó, centenares de miles de ciudadanos se quedaron sin energía. En algunos casos, durante días y sin una respuesta oficial certera del tiempo de retorno. Con el termómetro cerca de los 40º, la bronca social no se hizo esperar.

En este tipo de circunstancias el reclamo sobre la política es inmediato. La respuesta de la empresa de que para evitar este tipo de situaciones se necesita de inversiones, las cuales se articularían de la mano del aumento de tarifas, es doblemente falaz. En primera instancia porque en esa región los incrementos tarifarios en el período 2015 – 2019 actuaron a favor de las empresas, con tarifa dolarizadas y no parece haberse solucionado el tema de fondo y en segundo lugar, porque la empresa gemela, Edenor, no ha presentado los mismos inconvenientes.

Y ante esto aparece un nuevo dilema para el gobierno que tiene como base previa una duda iniciática. Más allá de la investigación gubernamental de noventa días, de la denuncia penal sobre los directivos de la empresa, del recorrido judicial y de las consiguientes consecuencias legales, si las hubiera (les recuerdo queridos lectores, estimadas lectoras que la causa se sustancia en el juzgado del Dr. Julián Ercolini, el que proponía falsificar facturas para justificar el viaje a Lago Escondido), vale preguntarse: ¿qué hacer ante este escenario?

Una propuesta que surgió del cristinismo deviene en la posibilidad concreta de la estatización. Pero para eso se necesita una ley para la cual el oficialismo no cuenta con el número suficiente en el Congreso. Es relativo que una gestión pueda sostenerse desde lo testimonial, exponiéndose a una nueva derrota política que debilite aún más a un oficialismo que no las tiene todas consigo.

Es probable que si el tema sigue en la agenda, desde el cristinismo se insista con el proyecto y, otra vez, surjan nuevas diferencias. La pregunta que subyace en el aire y que con el tiempo empieza a contestarse por sí misma, radica en conocer cuál fue el tipo de acuerdo que se tejió en el 2019 cuando se construyó el Frente de Todos. ¿Cómo se traduce en la gestión del día a día y a partir de la herencia recibida luego del tsunami macrista, la idea fundante de la “unidad en la diversidad”?

El cristinismo cree tener la respuesta en la década ganada, pero ese tiempo no fue uniforme. La fusión de Cablevisión en 2007 o la extensión de la concesión de la Hidrovía por decreto en 2011, son buenos ejemplos. Y por si todo esto fuera poco, la institucionalidad política de ese país ya no existe: la Corte Suprema de Justicia de la Nación no es un orgullo sino un apéndice más del Lawfare, la oposición no aparece precisamente desarticulada frente a todo aquello que se defina como peronismo y las mayorías legislativas sólo pueden ser alcanzadas en proyectos muy puntuales, con acuerdos definitivamente circunstanciales. La voluntad política siempre es una condición necesaria, aunque, a veces, no resulta suficiente.

De alguna manera, el oficialismo se mueve en los pliegues de un destino circular, girando siempre en el mismo lugar. En paralelo, mientras la economía crece y el Estado realiza una obra pública digna de mención a través de, por ejemplo, el gasoducto Néstor Kirchner o la inversión en estructura educativa, se produce una marcada insatisfacción por indicadores que no mejoran. La inflación es uno de ellos. En el mientras tanto, algunos oficialistas acompañan soluciones que no van más allá de otorgar cierta razón pero que, a la vez, no tienen mucho sustento y consolidación política. Así estamos. Habrá que encontrar los mecanismos que permitan salir del destino circular.

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