Domingo, 04 Febrero 2024 13:02

Tiempo veloz

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Todo se construye y se destruye,
tan rápidamente,
que no puedo dejar de sonreír.
Es parte de la religión matar,
es parte de la religión mentir…

“Parte de la religión” Charly García

Atravesados por una ola de calor severa, con el resultado de la votación general de la “Ley Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” ya definido, comencemos con una pregunta como al pasar. Lo sucedido en la tarde del viernes ¿es una victoria pírrica o una derrota disfrazada? Complejizando la requisitoria: ¿es realmente el inicio de un proceso de transformación que, al igual que cada vez que en la Argentina se consolidó un modelo neoliberal, dejó un reguero de miseria y pobreza estructural de la que cada vez cuesta más deshacerse? Difícil de responder por estas horas sin entrar en una suerte de sumatoria de prejuicios y expresión de deseos que poco tendrían que ver con el rigor del análisis político. Sobre todo si no tratamos de desentrañar asertivamente todo aquello que refiere y contextualiza al fenómeno Milei, más allá de los nombres propios. Recorrido por el vértigo político de una semana donde parecieron condensarse todas las debilidades y fortalezas del sistema político argentino. Con tereré en mano, revelados por el viento caliente de los ventiladores, pasen y vean, sean todos y todas bienvenidos.

En lo primero que debemos poner el foco es en la relativización de los números de la votación: 144 a 109 no expresa necesariamente la solidez de la propuesta libertaria. De hecho, nadie sabe del todo qué pasará a partir del martes 6 cuando a las 10 de la mañana comience la discusión en particular. Según algunas voces cercanas al tratamiento legislativo, existe acuerdo entre el oficialismo y la oposición friendly para la aprobación de unos 170 artículos, lo que supone una contundencia evidente pero que, a la vez, en paralelo, implica una limitación libertaria ya que la ley original traía nada más y nada menos que unos 664 artículos. Si esa estrategia fue prevista o no, aplicando el ya famoso  macrista del “si pasa, pasa”, es algo que no podemos avizorar a la distancia y que, en realidad, tiene poco de relevancia ya que, con lo que (parece) será aprobado, tendremos bastante para preocuparnos y ocuparnos.

Lo segundo a señalar es que, más allá de las bravuconadas de ocasión, la obsesión de mal gusto en redes y los silencios sugestivos, el presidente y sus principales adláteres, negociaron (y lo seguirán haciendo en los días que vienen) con lo más consolidado de la casta para lograr aunque más no sea ganar 1 a 0, pero ganar, no entendiendo que la acción política nunca puede limitarse al formato de un resultado deportivo.

En mi dialecto tabladense de origen diríamos que “poronguea pero transa” (salud querido Marito Borges y gracias por tu arte) y aunque el término no resulte del todo académico, más allá de los supuestos berrinches y enojos que sus voceros mediáticos, oficiales y no oficiales, dejan trascender, el tiempo transcurrido en el proceso de negociación refleja los limitantes presidenciales.

Y todo ello a riesgo de atravesar verdaderos papelones institucionales, que no se agotan en la simple y natural inexperiencia de los flamantes legisladores libertarios, sino que se extiende al conjunto de esos sectores opositores, que no dudan en llevar adelante un debate en el recinto de la Cámara de Diputados, sin tener en claro cuáles son los artículos en cuestión, dado que no hay acuerdo y luego de haber firmado un dictamen en blanco.

Los institucionalistas argentos, aquellos que aquí hemos definido como nuestros republicanos de cotillón, parecen haber olvidado su vieja retórica de enojos porque alguna ex presidenta levantaba el tono de voz o porque aquellas mayorías (también, como ahora circunstanciales) no tenían en cuenta su cosmovisión del mundo.

En los días por venir, es probable que el oficialismo se anote una victoria política. Módica, pero victoria al fin. Y eso tiene más valor si ponderamos que lo hace desde su lugar de evidente minoría que, como afirmábamos días atrás, no cuenta ni siquiera con el 15% del total de legisladores del Congreso Nacional.

El mileismo logrará, en parte, poner en línea a un conjunto de aliados que podrán aparecer a la luz pública como muy distintos entre sí, pero a los cuales los une dos elementos esenciales y que, más allá de los modos y de la nula capacidad de empatía política con los adversarios de parte del presidente Javier Milei, no existe una distancia ideológica muy severa entre ellos. Viene a cuento recordar que Mauricio Macri alguna vez fue festejado por sus partidarios por afirmar que de tener un segundo mandato, intentaría hacer todo más rápido. ¿No es acaso este tiempo político la expresión de todo ello?

Pero además, buena parte de ese entramado amigable, se nutre de un antiperonismo flagrante. Algunos, que tienen la intrínseca aspiración de tener un peronismo domesticado, hablan de kirchnerismo hacia el espacio de algo más de 100 diputados que conduce el rosarino Germán Martínez, obviando que al interior de ese espacio conviven tradiciones políticas varias. “Lo hacen para bajarle el precio al peronismo”, supo definir alguna vez Néstor Kirchner y no parece que se haya equivocado.

Los De Loredo, los Zago y los Ritondo de la vida, necesitan auto referenciarse en ese cuestionamiento al kirchnerismo, para de alguna manera justificar su accionar de los últimos años y de esa forma, no quedar enganchados en una acusación de antidemocráticos. Incluso, a riesgo de quedar “pegados” a un proceso político que no las tiene todas consigo.

La velocidad con que suceden los hechos, no sólo refiere a todo aquello que favorece y pueda potenciar al oficialismo. También actúa como espejo a la hora del desgaste. En la semana tuvieron una amplia difusión un par de encuestas que, como adelantábamos en nuestra columna anterior, señalan el rápido deterioro de la imagen presidencial. Más allá de los contextos generales que bien explican sus autores (consensos precarios), la reforzada decisión libertaria de los últimos días, de afirmar que gobiernan para el 56% de los argentinos de bien que los votaron, no parece contener un gen democrático en sí mismo.

Una de las novedades del fenómeno Milei, a diferencia de lo que hacían lo que podríamos decir las fuerzas políticas tradicionales es que, más allá de las verdaderas intenciones o de los resultados, éstas pretendían construir una referenciación en un “todos” o en mayorías verdaderamente contundentes. El mileismo, desde la misma noche de su triunfo electoral, ha decidido anunciar un “todos” reducido, sin tener en cuenta que esos números pueden resultar absolutamente provisionales.

Una de las preguntas que, más temprano que tarde empezará a tener peso es en qué medida los acuerdos con la casta política y empresarial, en un contexto de agravada crisis económica, afectará al electorado libertario original (29,7%), como para que éste pueda (o no) desilusionarse con las promesas de campaña.

Vale saber hasta dónde tienen importancia los acuerdos con cierto transfuguismo político como el que representa Miguel Pichetto, quien supo mostrar con histrionismo su conservadurismo innato, apareciendo como una pieza de museo ya que reivindicó que durante sus dos primeros años de diputado, allá por la década del 90’, nunca hizo uso de la palabra mientras “que acá ahora habla cualquiera” (sic), calificó de pelotudos a algunos de sus pares (sic), se enojó con periodistas en un diálogo algo bizarro y reconoció que prefiere la traición a la irrelevancia. Afortunadamente no debió exhibir la xenofobia que lo alcanza.

También vale preguntarse si sabrán en el mundo libertario que éste estratégico aliado, a quien el presidente le dispensó un público agradecimiento en la tarde del viernes, resulta un legislador que transita los pasillos del congreso desde hace 30 años, que fue menemista, duhaldista, kirchnerista, macrista y que en esta oportunidad fue elegido como diputado por su lugar de nacimiento y no por el de residencia ya que, en Río Negro, el hombre no goza de los mayores reconocimientos. Tal vez, a la hora de ciertos logros políticos, sea bueno recordar aquella frase de un viejo general: las casas también se construyen con bosta.

En una democracia, los gobiernos atan su suerte a la gestión. Más allá de las tentaciones de este tiempo el libertarismo parece consolidarla sobre dos ejes centrales. Uno, el conocido de antemano, refiere a la represión. Todos sabíamos que la propuesta de la derecha argenta no cierra sin represión. La dinámica política de nuestro país, no tolera sin más, la conculcación de derechos. Y en la semana tuvimos las muestras de ello, con la violencia ejercida en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, vaya novedad (¿novedad?), en la mismísima Rosario, donde un grupo de artistas fueron detenidos violentamente por pintar una vereda, confirmando que tal vez, a la hora de la gestión y de la conducción de la policía, no baste con la emoción del gobernador Maximiliano Pullaro cuando recuerda la figura de un tal Raúl Alfonsín, supuesto padre de la democracia.

Lo que seguramente no sabíamos, es que una fuerza minoritaria, sin tradición ni anclaje territorial apostaría por la provocación como forma de relacionamiento político: lo hace todos los días el vocero Manuel Adorni y acaba de hacerlo en plena marcha de protesta al Congreso, un joven y reconocido tiktokero que no tuvo mejor idea que atravesar la concurrencia como si fuera un perfecto desconocido. El cobarde ataque a su persona no es una buena señal, como tampoco lo es la persecución y los insultos a los diputados Rodrigo Marra y Alberto Benegas Lynch, como así tampoco el escrache que algunas semanas atrás sufriera la diputada Victoria Tolosa Paz en un restó de Pinamar. Por todo ello hablábamos de “mechacortismo” en uno de los últimos artículos de 2023. Las responsabilidades primarias siempre devienen desde arriba.

Hay un después. Y lo hay para todos. Para lo que pueda suceder en la aplicación de la mal llamada ley ómnibus que se terminó pareciendo a un transporte escolar, pero que tiene una potencia evidente porque sigue contando en esencia, con la relevancia del artículo primero, su delegación de facultades y para, en definitiva, reimponer de facto, los artículos que la oposición friendly cree haberle arrebatado al oficialismo.

Con su genialidad a cuestas, Charly nos anunciaba que todo se destruye y se construye tan rápidamente, que no podía dejar de sonreír. Tal vez no sea nuestro gesto de estos días, pero habrá que intentarlo.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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