Miércoles, 25 Septiembre 2019 18:02

Murga, mate y campaña electoral

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El 27 de octubre Uruguay concurrirá a las urnas para decidir quién será el próximo presidente de la república. Ese domingo, los uruguayos optarán entre darle continuidad al proyecto político del Frente Amplio o buscar una alternancia en el poder mediante el apoyo a los partidos tradicionales. Además, y coincidiendo con las elecciones generales en Argentina y una semana después de los comicios en Bolivia, se pondrá en juego otra ficha en el tablero político sudamericano.

Los dilemas del Frente Amplio

El Frente Amplio (FA) uruguayo ha oficiado, en estos últimos años de avance de la derecha continental, como un faro para los sectores progresistas y de izquierda latinoamericanos. El partido de gobierno ha cumplido este año 48 años de vida, reivindicando su naturaleza frentista y ensalzando los consensos que internamente ha alcanzado para erigirse no sólo como referencia de la izquierda uruguaya y continental, sino también para encabezar un proyecto político que ya lleva 15 años gobernando el país oriental.

En ese sentido, el FA enfrenta hoy el desafío de encarar una renovación estructural en dos dimensiones. Por un lado, la renovación del liderazgo, que ha sido la maldición de la mayoría de los gobiernos progresistas de la región. Cómo trascender el liderazgo de Tabaré Vázquez y de José Mujica es el principal reto que hoy tiene el partido de gobierno. Por otra parte, y luego de tres lustros de gobernar Uruguay, la inevitable renovación programática requiere hallar un equilibrio entre las demandas por la profundización del modelo o la moderación como sostén del proyecto político del FA, que ha sobrevivido en un continente donde ha avanzado la derecha en varios países de la región, y donde los conflictos intra e interestatales van adquiriendo un cariz cada vez más preocupantes.

La fórmula encabezada por el ex intendente de Montevideo, Daniel Martínez, será la encargada de afrontar ese doble desafío. El Frente Amplio tiene en su palmarés muchos resultados para exhibir, en términos de crecimiento económico, disminución sustancial de la pobreza, reformas importantes a nivel tributario, laboral y de salud pública y un proceso de ampliación de derechos que van desde el matrimonio igualitario y la legalización del aborto, hasta la venta regulada del cannabis.

No obstante, los últimos años han demostrado en la región que lo logrado no es motivo suficiente para conseguir la adhesión de la mayoría de la población. Quizás en las experiencias que se vivieron en Argentina, Brasil o Ecuador, el FA encontró las lecciones suficientes para encarar la campaña de modo tal que, más allá de los logros de sus gobiernos, también pueda poner el foco en el futuro. De allí se comprende cómo encara el final de la campaña, apoyándose sobre el eje de las propuestas económicas en el plano productivo, y apelando a ideas plasmadas en los lemas “el nuevo impulso” y “no perder lo bueno, hacerlo mejor”.

Para añadir algún grado más de complejidad a este esquema, el Frente Amplio no solo debe mantener la capacidad de ser la síntesis de diversas fuerzas que lo conforman, sino que también no puede descuidar el apoyo del movimiento sindical que ha constituido su columna vertebral. Otro hecho de suma importancia es la delicada situación de su líder, el presidente Tabaré Vázquez, que enfrenta desde hace unas semanas un cáncer de pulmón.

Dicho esto, y aunque Daniel Martínez ha tenido problemas para poder franquear los obstáculos que supone convertirse en la renovación partidaria de un proyecto político que gobierna hace 15 años, tiene la ventaja de encabezar una fuerza que se ha mantenido cohesionada durante casi 50 años cuando en reiteradas ocasiones estuvo al borde de la ruptura.

Por otra parte, la crisis económica en la Argentina y el retroceso político, diplomático y social que vive Brasil, son argumentos poderosos que tiene el Frente Amplio para encarar la campaña desde una perspectiva de rechazo al neoliberalismo y a experimentos de ultraderecha.

La oportunidad histórica de la oposición

Uruguay no escapa a la regla regional que reza que los partidos de la oposición que busquen arrebatarle el poder político a los gobiernos progresistas deberán contar con esquemas de alianza amplios y con enorme creatividad para conseguir el apoyo de la población.

Luis Lacalle Pou supone la principal amenaza para el FA. El hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle y candidato por el Partido Nacional es el opositor con más posibilidades de alcanzar la segunda vuelta. Si bien ha planteado numerosas diferencias con el gobierno, Lacalle Pou ha sido moderado en relación a los planteos de los otros candidatos opositores, tanto Ernesto Talvi del Partido Colorado, como Guido Manini Ríos de Cabildo Abierto. 

Es claro que la historia de cada uno avala estos comportamientos: Talvi proviene del mainstream económico liberal que caracteriza a todos los políticos que, como él, han pasado por la Escuela de Chicago, mientras que Manini Ríos es un ex general del ejército y representante de los sectores de la ultra derecha.

Que la principal alternativa opositora sea Lacalle Pou habla de un cierto consenso alrededor de la política uruguaya y de ciertas líneas rojas que, a priori, los uruguayos no quieren cruzar. Claro está que esto deberá graficarse en los resultados electorales. Pero sumado a esto, el candidato del Partido Nacional no sólo ha planteado una campaña inteligente, sino que cuenta con un buen margen para buscar alianzas con otros sectores.

Cuando los pequeños se vuelven grandes

Uruguay cuenta con una superficie pequeña, tres millones y medio de habitantes, y ha sido rehén, en muchas oportunidades, de los designios de sus dos grandes vecinos en el contexto del Mercosur. 

No obstante, en estos años de extrema volatilidad política en la región y de cambios en el balance de poder, Uruguay no sólo ha mantenido una política relativamente autónoma, sino que ha defendido tesis equilibradas frente a cuestiones que han planteado dicotomías al interior del continente.

La crisis de Venezuela, que ha despertado una mayoría de voces que exigieron desde sanciones económicas hasta intervenciones militares, y una minoría intensa de defensa irrestricta del chavismo, ha dado a Uruguay la posibilidad de mantener una postura equilibrada, defendiendo la necesidad de resolver el conflicto en el país caribeño mediante el diálogo y la negociación. En ese sentido, se ha ubicado junto con el México de López Obrador en una posición moderada, que ha mantenido con firmeza, por ejemplo, en su retirada de la Asamblea General de la OEA en junio, o la negativa a integrar esquemas impulsados por los mandatarios más conservadores, como el Grupo de Lima o el PROSUR

Esto supone que, por más pequeños que sean los países en cuanto a su poder relativo, en el campo de la política regional pueden ocupar lugares de trascendencia que sirvan para inclinar la balanza hacia un sentido u otro. En sintonía con esto, no sorprende que Alberto Fernández, quién tiene altísimas posibilidades de ser el nuevo presidente de la Argentina, se haya referido a la posición uruguaya como la adecuada para atender el proceso venezolano y otros que amenazan con desestabilizar a la región.

Nunca está demás decir, que la política exterior del Uruguay dependerá de quién sea electo como mandatario en las próximas elecciones. En esto, cabe suponer que, en Uruguay, como en la mayoría de los países de Sudamerica, se revisará la política exterior si se cambia de gobierno o se continuará con la línea actual si el Frente Amplio logra, una vez más, el apoyo popular.

Conclusiones

Entre los desafíos que enfrenta el Frente Amplio tras 15 años de gobierno, superar los liderazgos históricos y sortear el desgaste político son los que prevalecen. El proceso electoral de octubre obrará de evidencia insoslayable para saber si esos desafíos pueden o no ser cumplidos.

A pesar de los logros en términos económicos y sociales que ha logrado Uruguay bajo las administraciones del FA, no son motivos suficientes por sí mismos para lograr la adhesión electoral. En este sentido, tanto el oficialismo uruguayo como la oposición, tendrán que encarar el tramo final de la campaña de forma inteligente y creativa para terminar de inclinar la balanza.

Siendo las elecciones uruguayas el mismo día que las argentinas y una semana después de las bolivianas, el mes de octubre marcará en gran medida como será la configuración del tablero político en América del Sur. Algo que cobra importancia transcendental en un momento en el cual proliferan los desastres ambientales, gobiernos de ultraderecha, las crisis humanitarias y la especulación con conflictos políticos armados.

Uruguay, por más pequeño que sea, juega un papel clave en ese tablero.

 

(*) Investigador del Centro de Estudios Políticos e Internacionales

FUENTE: Síntesis Mundial

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