Sábado, 29 Enero 2022 23:58

Lo hizo de nuevo

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Lo hizo de nuevo Révora

Volver a empezar,
que aún no termina juego.
Volver a empezar,
que no se apague el fuego,
queda mucho por andar,
y que mañana será un día nuevo bajo el sol.
Volver a empezar.

Alejandro Lerner

En la semana que está concluyendo, la atención (y la tensión) de la política nacional estuvo puesta, indudablemente, en todo lo que pudiera suceder con el pago de más de 700 millones de dólares que debía realizar el día viernes el Estado argentino al Fondo Monetario Internacional (FMI), con la expectativa de un posible default o de un acuerdo con el organismo de crédito. Terminó sucediendo esto último. Repasemos.

Sabrán disculpar lectoras y lectores, pero vamos a colocarnos alguna medallita. Semanas y días atrás, desde este portal habíamos realizado un par de afirmaciones que se confirmaron en el día de ayer: que el acuerdo llegaría (“El poder de los otros”, 19/12/21)  y, que el ok definitivo para el entendimiento ya no debía buscarse en las oficinas del propio Fondo, sino en la sede de la Casa Blanca. En Fundamentar no practicamos la adivinación mediante bola de cristal, ni nada que se le parezca, sino que algunos elementos, de tan ostensibles, resultaban determinantes para poder adelantarse a lo que sucedería.

En la primera cuestión debe decirse que, si Argentina necesitaba el acuerdo, para el Fondo la cuestión no era menos importante. Nuestro país tiene un desarrollo medio, no figura entre los más influyentes del planeta, por localización y por falta de peso político específico, pero SI se sienta en la mesa de los grandes jugadores en algunos casos puntuales. Un ejemplo: el G20.

Que un actor que integra ese selecto grupo de países que discuten (a veces parece que de manera inútil) los grandes temas de la economía mundial, enfrente una situación de cesación de pago de sus compromisos, no le conviene a nadie de los que allí participan. Si, además, el crédito de 2018 / 2019, resulta sospechado, ya que el organismo no cumplió con las formalidades del caso, en cuanto al modo, al tiempo, ni al monto en que fue acordado, podríamos inferir, como decíamos en mi Tablada natal, que el FMI está “más sucio que una papa”.

¿Eso le da razón a la Argentina para reclamar, en esta oportunidad, un comportamiento absolutamente distinto del organismo a lo largo de lo que fue su historia? Sí y no. Sí, porque existe una evidente corresponsabilidad con el desastre que dejó el macrismo, y no, porque las relaciones de la geopolítica NUNCA se construyen con el derecho como razón excluyente. En ese rol secundario que ocupa el país en el concierto internacional, no le da la talla para imponer condiciones nuevas de ese tipo.

En la segunda cuestión, la necesidad de buscar un acuerdo político con la Casa Blanca, obedece al peso y la injerencia que tiene Estados Unidos en el FMI. Es el gran país del norte quien sostiene con más dinero al organismo y de alguna manera (y de todas) su influencia es decisiva a la hora de las políticas que ejecuta. Debe insistirse hasta el cansancio para algún desprevenido que nunca falta: los famosos acuerdos de Bretton Woods de la década del 40’, que derivaron en la multilateralidad crediticia de la segunda mitad del siglo XX, funcionaron como mecanismos que favorecían los intereses del “gran país del norte”. Concepto central del primer trimestre de la materia Relaciones Internacionales en cualquier facultad que se precie. Perdón por la decepción de revelarles semejante novedad.

Más allá de las ironías, y tal como lo llevaba adelante un tal Néstor Kirchner, cuando se reunía con George Bush (h) y le apoyaba su mano en la rodilla en un gesto que rompía toda tensión y protocolo (actitud definitivamente nestorista), debe insistirse que todo acuerdo es político, y por lo tanto, en discusiones tan amañadas y complejas, el broche a cualquier buen diálogo, jamás puede pasar por tecnócratas y burócratas que no tienen ninguna responsabilidad más allá de cobrar suculentos salarios por “laborar” allí.

De lo sucedido en las últimas veinticuatro horas, es evidente que, por estos lares, la ganancia de un acuerdo alcanza a las figuras de Alberto Fernández y Martín Guzmán. Habrá que ver si el silencio de la vicepresidenta Cristina Fernández obedece a diferencias con lo que se acordó o a dejar que, en un sistema presidencialista de gobierno, la centralidad la ocupe, justamente, el presidente. Por una razón o por otra, para los ansiosos de ocasión, pronto aparecerá la respuesta ya que el acuerdo debe discutirse en el Congreso de la Nación, espacio donde el kirchnerismo ocupa una centralidad decisiva.

El anuncio por cadena nacional del presidente, en la mañana del viernes, esta vez resultó un instrumento político interesante. Con un mensaje correcto “Heredamos esta situación. La historia juzgará quien hizo qué. Quien creó un problema y quien lo resolvió”, la puesta en escena en los jardines de la Residencia de Olivos no le fue en zaga. Medido, preciso y concreto, Fernández no abundó en detalles técnicos que, inteligentemente, se dejó a cargo del ministro.

Por su parte, Guzmán, más allá de la mayor o menor locuacidad en algunas respuestas, se mostró con un estilo que le resulta innato en los modos explicativos de académico universitario. Sabrá valorar o no cada ciudadano o ciudadana, si ello le resulta una virtud en sí misma.

En el plano interno pueden mostrarse tres respuestas que aparecieron sobre el principio del acuerdo: de los mercados, de la oposición y del oficialismo.

En el primero, la respuesta fue de manual. Suba de acciones de hasta 10% en Wall Street, caída del riesgo país y baja del dólar paralelo en un 5% en una sola jornada muestran que la noticia fue bien recibida. No es poco, teniendo en cuenta que varios supuestos analistas que se dicen especialistas en materia de deuda y mercados, preanunciaban unas horas antes el famoso y tan temido default: siendo benévolos, digamos que es el problema de pensar a la economía como una ciencia exacta y no como una ciencia humanística donde las expectativas y muchas veces la política condicionan de manera determinante. Sería hora que lo vayan aprendiendo. ¿No?

Desde el lado de la oposición, donde varios también se jugaban un pleno al no acuerdo (en realidad en muchos casos, oposición y operadores truchos que dicen sabérsela “lunga”, son parte de lo mismo), la respuesta tardó varias horas en llegar. Teniendo un claro perfil cementicio (sólo así puede entenderse el caradurismo de piedra de algunos y algunas), la oposición en general prometió revisar la letra chica del acuerdo en el Congreso de la Nación, lugar natural de discusión si se quiere, a partir de lo que dice la Constitución Nacional y también de lo que exige la ley promovida por el actual gobierno en  febrero de 2021. Calidad institucional que se le dice.

Más allá de las omisiones del pasado, del acuerdo que se firmó en 2018, casi entre gallos y medianoche, endeudando al país nada más y nada menos que en 57 mil millones de dólares, por estas horas da la sensación (y sólo eso) que, más allá de las estrategias legislativas de ocasión, el oficialismo no debería tener limitación opositora alguna de cara a transformar el acuerdo en ley.

Independientemente del previsto rechazo de la izquierda, el espacio que compone Juntos por el Cambio se expone a un doble riesgo (y que deberá asumir), teniendo como dato insoslayable que ha sido el responsable de haber generado este nivel de endeudamiento: si el acuerdo funciona, serán otros lo que resolvieron el problema. Si no funciona, su corresponsabilidad también será evidente. Allí hay un corset para su construcción política. Seguramente en el devenir de los meses que se aproximan, más temprano que tarde, las fuerzas amarillas recurrirán a aquella vieja canción de Andrés Calamaro que decía “mejor no hablar de eso, pasemos a otro tema”

Por el lado del oficialismo, como ha sucedido desde el momento mismo de la construcción de la coalición, convive con tensiones, que en muchas ocasiones se discuten de cara a la sociedad. Desde la campaña electoral y en la propia gestión de gobierno. Lo que para algunos es problema, debe ser pensado como una novedad virtuosa para el peronismo.

Podríamos identificar tres grupos: los que querían acordar y reivindicaron lo anunciado, los que entendían que debía acordarse, pero ponen algunos reparos a lo que se logró y los que definitivamente veían al default como la opción más valedera.

Y ante este último grupo, conviene plantearse una primera pregunta. Lejos de toda chicana: ¿había margen para otra cosa? Existe, en no pocos sectores de cierto kirchnerismo un enamoramiento de cierto relato épico del pasado, que no está mal en sí mismo como recurso político, pero nunca podría aplicar al contexto actual.

Antes de desarrollar la idea, una aclaración de rigor: Cuando hablamos de relato, no lo hacemos despectivamente. Si hay algo que la comunicación política ha demostrado a lo largo de la historia es que, cualquier grupo político que se precie, en funciones ejecutivas o no, debe contar con un relato. En los gobiernos de la Argentina democrática lo construyeron Raúl Alfonsín con el “Somos la vida”, Carlos Menem con la idea de un liderazgo preclaro que no nos defraudaría, el kirchnerismo con la ampliación de un buen número de derechos y Mauricio Macri con la hipótesis de una Argentina moderna. El problema no es la construcción de relatos per se, sino la política que se practica cotidianamente para la efectivización de aquello que se declama. Fin de la digresión.

La imagen y decisión de Néstor Kirchner resolviendo el tema de la deuda contante y sonante, pagando de una sola vez los U$s 10.000 millones que se le debían al Fondo, tiene un valor innegable, al igual que cada uno de los acuerdos a los que se llegó para resolver el tema de la deuda externa durante los doce años de gestión K. Pero aquí hay un problema: no se puede leer la realidad de 2022 con los anteojos de 2006. Y las razones sobran.

En el primer kirchnerismo se había logrado un acuerdo con los deudores privados que vino acompañado de la relevancia de Roberto Lavagna. El país atravesaba un período de varios años de crecimiento (yendo en contra de las recetas del FMI), lo que le permitió acumular reservas de tal magnitud que pudo proponerse el pago de una sola vez y para siempre, en tándem con el Brasil de Lula, sin importar lo que planteara el establishment que, al igual que ahora lo hace el propio ex gobernador de Mendoza, Adolfo Cornejo, “rollear” (refinanciar) la deuda, era la solución más conveniente.

Tenemos una mala noticia al respecto: ese país y ese mundo (o por lo menos cierta realidad continental) ya no existe. Argentina no cuenta con un crecimiento sostenido durante varios años, ya que la doble pandemia, la macrista (2015 – 2019) y la del Covid (2020) la dejó severamente condicionada.

Su economía presenta una notable debilidad con alta inflación (hacia 2006 era de 9.8%), presión cambiaria para confirmar una devaluación que siempre perjudica y favorece a los mismos y pocas reservas líquidas en el Banco Central.

En el plano regional no cuenta con los aliados de otrora. El continente (y el mundo) convive con gobiernos y oposiciones de derecha fuertemente consolidados. Además, Nicolás Maduro no es Hugo Chávez, Gabriel Boric en Chile, más allá de algunas señales interesantes, por ahora es una incógnita, Luis Lacalle Pou no es Tabaré Vazquéz y Lula Da Silva (quien reivindicó el acuerdo), por ahora solo se prepara para volver a ser presidente, cosa que sucedería recién en octubre de este año.

A diferencia de lo sucedido hasta (por lo menos) 2013, el país hoy cuenta con un bloque opositor consolidado. Las derrotas legislativas de 2009 y 2013 se produjeron con sectores de la oposición desarticulados entre sí, lo cual permitía que, con gestión, coordinación y conducción política, las elecciones ejecutivas tuvieran otras expectativas. ¿Hace falta recordar que el macrismo obtuvo el 41% de los votos en 2019 y el 43% hace unos pocos meses atrás?

El acuerdo no supone la celebración de nada. Pero trae como novedad, y eso es innegable respecto de lo que hasta ahora se ha conocido, que no se plantea una solución ortodoxa al problema. Para los que no nos cocemos con el primer hervor y sabemos que la historia no se empezó a escribir en el 2003, podremos recordar que los “acuerdos” con el FMI traían consigo no sólo el ajuste de ciertas variables económicas, sino reformas que le cambiaban definitivamente para mal la vida a los ciudadanos y ciudadanas. ¿Cómo no recordar reformas laborales, jubilatorias o la que se propuso llevar adelante un tal Ricardo López Murphy que en poco menos de 15 días y de un plumazo quería suprimir nada más y nada menos que U$s2000 millones en el presupuesto de educación? La historia siempre enseña.

Tal vez la clave sea, más allá de sus limitantes que existen y son reales, en pensar al acuerdo como una oportunidad para ganar tiempo y como una excepcionalidad que no justifica ningún festejo. Aceptar la realidad como está planteada no supone no pensar en transformarla. Pero el posibilismo por sí mismo no alcanza. Si la épica k, que desde estas líneas se celebran, ha tenido alguna posibilidad, ha sido porque primero se acumuló y se construyó un bloque de poder que hoy no existe, para enfrentar a cierto establishment internacional. ¿O, alguien tiene en su bolsillo unos U$s 45.000 millones para sacarse de encima al FMI y a laderos de la talla de Lula y Chávez para copar la parada?

Volver a empezar dice la canción del epígrafe. Queda mucho por andar. Con las aspiraciones de siempre, pero pensando nuevas fórmulas, revisando algunas cómodas certezas y, sobre todo, saliendo de la zona de confort ideológica. No es resignación. Es la inteligencia de hacer virtud de la necesidad. Y entendiendo de manera firme y contundente, que el peronismo lo hizo de nuevo: vino a arreglar el desastre financiero que otros supieron construir. Con alguna discusión interna. Con algunas voces destempladas y con el oxímoron de silencios que aturden. Pero, a partir de ahora, le guste a quien le guste, es probable que sea parte de una hipotética solución.

 (*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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