Domingo, 24 Diciembre 2023 14:16

El mechacortismo

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No sé lo que quiero, pero lo quiero ya,
si fuera tu esclavo te pediría más.
Nada te ata a leer la novedad,
nadie te pisa, nadie te invita,
ni te van a chupar…

“Lo quiero ya” - Sumo

Nuestros queridos lectores y estimadas lectoras sabrán disculpar la auto referencialidad. En la noche del 19 de noviembre, cuando ya era un hecho que Javier Milei se había transformado en el presidente electo de los argentinos, con el colega y amigo Emilio Ordoñez, en el cierre de la cobertura electoral para la radio AM1330, coincidíamos en poner en duda el margen de la acción política transformadora que el libertario podría tener de cara al futuro, de acuerdo al escaso apoyo institucional con el que contaba y en el contexto de un tiempo social donde las dos grandes coaliciones que habían gobernado al país en los últimos ocho años, habían fracasado, más allá de los matices, de manera evidente.

En aquella oportunidad hablamos de que era poco probable que el gobierno libertario gozara de los famosos cien días de luna de miel, ya que teníamos la sensación y la convicción, de que vivíamos tiempos sociales de “mecha corta”, donde no queda demasiado margen para explicaciones causales y promesas de un futuro mejor que llegaría porque, como bien supo prometer un filósofo del conurbano bonaerense, “estábamos condenados al éxito”. Los movimientos políticos de la segunda semana de la gestión libertaria así lo demuestran. Recorrido por días de enojos y frustraciones a tope. Pasen y vean. Están todos formalmente invitados.

Vale aclarar que el mechacortismo se apalanca sobre dos grandes ejes. Uno es el tiempo social que vivimos: frustración, impaciencia, exigencia de la inmediatez y la certeza, a contramano de lo que cantaba el querido y enorme Luca Prodan hace algunas décadas atrás, saber lo que se quiere. Cuánto de ello es posible y con qué tipos de herramientas es parte de otra discusión pero, vale insistir con la idea de que la problemática no es exclusivamente argenta, ya que si así lo fuera, no se comprenderían fenómenos similares en sociedades plenamente desarrolladas en lo económico.

No es la idea esquivarle el bulto, ya que mal de muchos es un consuelo de tontos, pero sí vale la pena insistir que este momento de la humanidad se caracteriza por el predominio de procesos individualistas que tienen (y aquí aparece el segundo eje) a la libertad como verdad última de las cosas. Para enormes bloques sociales la vieja tensión entre igualdad y libertad se ha resuelto a favor de ésta última, lo cual termina siendo un justificador para, en el fondo, desordenar nuestras vidas.

La vieja idea noventista de la “reconversión” que personas físicas y jurídicas debíamos realizar para adaptarnos a los cambios, era prima hermana del emprendedurismo macrista que nos recomendaba potenciarnos con, por ejemplo, la producción de cervezas artesanales y resulta una cosmovisión reformista frente a la presente romantización libertaria que afirma que el problema somos aquellos que sufrimos el Síndrome de Estocolmo.

Esos dos ejes nos obligan a una acción posterior: la de revisar ciertos manuales no escritos del análisis político. Los cien días de la luna de miel ya no existen y el pedido de que “dejen gobernar porque es un gobierno que recién empieza”, además de una idea que se sustenta en cierto infantilismo político, no dimensiona la magnitud del cambio que se viene a proponer a la velocidad de lo digital. Tal vez por comodidad, pereza intelectual o desconocimiento simple y llano de la historia, muchos voceros que se autodefinen como apolíticos dejan de poner en valor el lado B (perdón milennials y centenials) de las consecuencias de un decreto que modifica y deroga, bajo el falso embrujo de las necesidades y urgencias, a más de 300 leyes vigentes.

Excepto estos personajes mencionados, que pululan en medios y redes, de distinto tamaño y magnitud, el conjunto de la sociedad sabía de antemano que la propuesta libertaria no cerraba sin represión. La gran cuestión es tener en claro cuánto de ese espíritu “ordenador” tolera el conjunto social.

En ese sentido, el Protocolo Antipiquetes anunciado en los inicios de la semana, intentó actuar como un elemento disuasivo para cualquier tipo de queja que se plantee en el espacio público.

En una sociedad dinámica, que tiene a la calle como una instancia de permanente apropiación y resignificación, imponerle distintos tipos de corset que limiten su ADN movilizador, puede convertirse en un arma de doble filo, ya que si bien el oficialismo podrá mostrar como un éxito la escuálida convocatoria de ciudadanos y ciudadanas para recordar el 20 de diciembre de 2001, articulada además, al mejor modo de la novela “1984”, con mensajes televisados donde el Gran Hermano bullrichista, amenazaba con el retiro de planes para todos aquellos que circularan sobre las calzadas; el desasosiego oficialista no debe haber sido menor cuando a unos pocos minutos del discurso de Javier Milei, anunciando la entrada en vigencia del DNU 70/23, no pocas plazas y calles del país se llenaron teniendo a las ollas y cacerolas como protagonistas.

El fin del día no puede haber resultado más contradictorio para el sentir libertario: en tu cara y en tu cancha pareció entender el conjunto social que se movilizó con las herramientas que cierta oposición hizo suya desde 2012, y cortando calles para la circulación libre.

Podría entusiasmarnos que, a la luz de los hechos, el protocolo nació muerto. Pero ello resultaría engañoso de cara a lo que viene. Las preguntas son otras: ¿se tolera más la violencia contra piqueteros y lúmpenes de distinto pelaje que la que pueda ejercitarse contra “personas del bien”? ¿Hay un estándar o alguna forma de clasificación de las dosis de represión sobre distintos grupos sociales? Esto se conocerá con el tiempo, pero no menos cierto que ello resulta que lo vivido en la noche del miércoles tuvo una espontaneidad digna de otros tiempos y que nadie, gobierno incluido, la vio venir.

Desde este último punto no fueron pocos los que plantearon las similitudes con el caso 2001 y la salida del gobierno de Fernando De la Rúa. Pero en este sentido corresponde marcar algunas diferencias: la administración de la Alianza hacía dos años que gobernaba el país (aquí van diez días) y venía de sufrir una muy dura derrota de medio término un par de meses antes; la sensación de hartazgo era generalizado, cosa que no sucede con el libertarismo que se siente lo suficientemente consolidado como para establecer estrategias comunicacionales provocativas: las declaraciones del presidente, de su asesores Iñaki Gutiérrez y Federico Sturzenegger y las del vocero Manuel Adorni van en ese sentido. No parece el mejor recurso para enfrentar tiempos sociales y políticos de mecha corta, más allá del auto engaño de que el 55% de votos de noviembre le pertenecen en su totalidad al padre de los perros clonados. Aunque, hay que ser honestos, cada uno se miente así mismo como quiere.  

Como contraparte, las imponentes movilizaciones de un día después tuvieron otra organicidad y allí tampoco hubo protocolo antipiquetes que funcione, con la distintiva excepcionalidad cordobesa, que supo proyectar al país una represión que más de uno debe haber disfrutado.

Pero el escenario de estos días no es definitivo, ni en las pequeñas victorias ni derrotas cotidianas. Mientras el sistema político institucional se prepara para dar una respuesta al decretismo mileista (¿será el DNU 70/23 lo que representó el 2x1 para Mauricio Macri?), no corresponde imaginar salidas anticipadas ni mucho menos. El proceso será de punto por punto, ley por ley y la partidocracia argentina deberá estar a la altura de las circunstancias si no quiere que la ola libertaria la arrastre en formato de tsunami.

A contramano de la supuesta desorientación de Prodan, los diversos sectores de la sociedad argentina saben lo que quieren. Pero coinciden con él, que lo quieren ya. El problema es que no todos queremos lo mismo. Y si, promediando los 80’, cantábamos felices e inocentes que “nadie te pisa, nadie te va a chupar”, cuarenta años después nadie puede afirmar que aquella primavera no haya perdido su inescrupuloso verdor. Tal vez haya que comprar algunos crayones para devolverle, aunque sea artificialmente, algo de su color. Entre copas y panettones. Entre besos y abrazos. Feliz Navidad para todos y todas.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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