En la Argentina la receta no es nueva y el siglo XX ha sido pródigo en ejemplos. Desde no pocos sectores que se auto perciben como defensores de las ideas republicanas, a la hora del ejercicio del poder de los propios, ciertas formas y sustancias que antes eran reclamadas y reivindicadas, son dejadas de lado. En realidad, en definitiva, no resulta tan importante si un gobernante o proyecto político hace algo distinto a lo que prometió, lo más grave resulta la legitimación de mirar hacia otro lado de parte de aquellos sectores que se sentían superiores en términos morales.
El triunfo libertario del domingo 26 resulta inobjetable y se produce en un contexto de un gobierno que hasta ese momento llegaba debilitado producto de los malos resultados de la mayoría de las variables de la macro y de la microeconomía, por los casos de corrupción que lo tienen como protagonista excluyente y de un internismo a todas luces evidente. ¿Qué pasó? ¿Cómo se entiende que si días antes el propio oficialismo se daba por satisfecho con un empate técnico, el resultado final lo ubique con una diferencia a favor de nueve puntos?
Como todo análisis que pone el foco sobre los resultados de una elección, las respuestas no pueden considerarse unívocas ni excluyentes. Más allá de los errores propios de cierto enfoque (el fin de semana pasado afirmábamos que “en Balcarce 50 se estaban preparando para una derrota), preferimos pensar en dos factores que le dan sentido a la decisión de la mayoría de los argentinos: la inalterable vigencia del clivaje peronismo / antiperonismo (o kirchnerismo / antikirchnerismo si alguien lo prefiere, disquisición que queda suspendida para otras circunstancias) y la ponderación de la baja de la inflación como una promesa de campaña cumplida.
Lo sucedido a partir del 7 de setiembre en territorio bonaerense resultó un verdadero cimbronazo para los intereses violetas. El gobierno entró en una especie de espiral descendente donde los problemas estructurales, más una serie de errores no forzados lo llevaron al socorro de los brazos del secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, quien a mitad de camino de intereses públicos y personales, activó un tipo de auxilio financiero inédito, condicionando las finanzas argentinas del futuro.
Si en 1945 la histórica antinomia “Braden o Perón”, resultó beneficiosa para los sectores populares, la reversión de “Trump o Argentina” parece haber tenido, cuanto menos, un impacto relativo. Las razones de esas diferencias podrían encontrarse en que mientras 80 años atrás el peronismo surgía como una novedad política de la mano de un líder en alza, para 2025 no logró re enamorar a la mayoría de los argentinos luego de la experiencia 2019 – 2023. Junto con esto, a la par de confirmar que La Libertad Avanza (LLA) mantuvo el núcleo duro de antiperonismo, vale abrir la pregunta si no estamos en presencia de otra sociedad, donde la intervención lisa y llana de los Estados Unidos en las cuestiones de política interna ha dejado de ser un lastre para quienes admiran el modelo social surgido allá por 1776. Pregunta para profundizar en los tiempos que vienen.
El gobierno argentino incumple leyes; convierte a ciertos sectores de la prensa en militantes y a otros los acusa y persigue como delincuentes; recurre a la violencia sistemática contra los más débiles; no transfiere fondos y partidas a provincias; en sus casi primeros dos años de gestión ha descreído del diálogo (honesto y sincero) con potenciales aliados; tiene armada toda una estructura de trolls para denostar a quienes no piensan como ellos; saca el oro argentino sin informar dónde fue remitido; imagina que Javier Milei puede escindir su actividad de ciudadano de la de presidente armando negocios turbios vía monedas virtuales; su principal candidato tiene vínculos con el narcotráfico y la otra pata del proyecto Milei es acusada (con fundamentos) de cobrar coimas en un entramado con laboratorios. Todo eso pareció no importar en la ponderación de aquellos sectores que creen que Cristina Fernández se robó un PBI, que tenía la plata escondida en la Patagonia, que se enojaban por el “exceso de cadenas nacionales” y se ofendían por el dedo acusatorio de Alberto Fernández. Parece que los malestares de entonces ya no son los que eran.
Con todo, haciendo un poco de mirada histórica sobre las elecciones de medio término, podría decirse que los números de la derecha vernácula y del peronismo no aportaron demasiada novedad. Dos datos que fundamentan el análisis: el peronismo no gana una elección de medio término desde el 2005, cuando el kirchnerismo se presentaba como una verdadera novedad y la secuencia de los últimos tres procesos electorales de 2017 (41% a 19%), de 2021 (42% a 34%) y de 2025 (41% a 32%), marcan las dificultades que presenta a la hora de las legislativas.
El segundo factor que podemos señalar como la base del triunfo mileista refiere a la ponderación ciudadana de la baja de la inflación. En este ejemplo que ilustra el colega Mariano Tilli se condensa un buen ejemplo de aquello que queremos señalar.
El sábado a la noche cené con amigos en Azul. Los veo cada dos años cuando voy a votar. No son gorilas. Tampoco mileistas. Laburan. Algunos tienen campos, otros trabajan en sectores relacionados con el campo como transporte, venta de autos, veterinarios, ingenieros agrónomos y…
— Mariano Tilli ? (@icevainillaice) October 27, 2025
Para buena parte de la ciudadanía, el 200% de inflación de Sergio Massa resultan un lastre si se lo compara con el número para 2025, el cual rondaría los 32 puntos. Allí no importan la consideración de ciertas complejidades que supone la macro: nivel de tasas, reservas negativas, sobre endeudamiento e injerencia directa e indirecta de otro país en el manejo de las finanzas. Importa de alguna forma el aquí y ahora y sin tener un interés sobre el más allá de la cosa pública, se decide renovar el crédito a un proyecto político ante lo que podía suceder en lo inmediato, con el riesgo de una volatilidad aún mayor.
En un contexto donde el desempleo no bajó de manera determinante, aunque sí aumentó la informalidad y la precarización, viene bien el planteo de la politóloga Lara Goyburu, quien define que “frente a la certeza del pasado, hoy se vota la incertidumbre del futuro”. En un electorado cada vez más protagonizado por jóvenes sub 40 (la mitad del padrón) la idea de las seguridades de un desvencijado Estado de Bienestar que tal vez nunca conocieron de manera directa o que hace mucho tiempo dejaron de contar con los beneficios en su círculo cercano, no parece descabellado imaginar que una parte de ese grupo etario vea a la baja de la inflación como un dato positivo en sí mismo y que, vaya la novedad, les permite asirse de algo.
Por lo demás, sabiéndose ganador, en la noche del domingo el presidente se mostró moderado. Habló de convocar al diálogo para emprender las reformas que faltan y rápidamente convocó a una reunión con gobernadores excluyendo a los cuatro que han resultado más críticos de su gestión y que, vaya casualidad, resultan peronistas. De la reunión no surgió demasiado más que algunas promesas de ambas partes de tener un buen diálogo y las fotos de rigor.
Desde el análisis tradicional podría decirse que a partir del domingo las fuerzas libertarias tienen los planetas alineados a su favor: los mercados reaccionaron con júbilo, el peronismo entre el shock y la incredulidad, comenzó un desgaste interno que derivará en algunas rupturas y los números que tendrá a partir de diciembre en el Congreso de la Nación, si se muestra amplio y respetuoso, le habilitaría la posibilidad, por ejemplo, de convertirse en una primera minoría, con la ayuda de los aliados que nunca faltan.
Pero el gusto por pegarse tiros en los pies parece no ceder, aún en contextos favorables: el internismo resulta tan determinante que en la noche del viernes se conocieron las renuncias del Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y del ministro del interior, Lisandro Catalán, a quien podríamos apodar “el breve” ya que duró en la gestión menos de dos meses y que, más allá de la rápida designación de Manuel Adorni, presenta la novedad de un proyecto político que, ganando una elección de medio término de manera clara y contundente, enfrenta una nueva (mini) crisis a partir de las diferencias internas, en menos de siete días.
Debemos insistir que estos últimos devenires quedarán para la comidilla de analistas, protagonistas o profesionales de la comunicación. Como afirmamos la semana pasada, Octubre no resultó inocuo. Y el rechazo de todo aquello que expresa el principal partido de la oposición resultó mayoría. Aunque lo que ofrece el mediano plazo no sea necesariamente venturoso para esos mismos sectores que decidieron renovar el crédito a un gobierno que se imagina a sí mismo como el mejor de la historia. En la semana aparecieron las primeras señales.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez